17 años. Justos. El pasado 7 de julio llegué a complir 17 años viviendo en San Luis Potosí. Ese primer cambio desde la Ciudad de México fue difícil, bastante. En plena adolescencia, dejar casa, escuela, amigos, no era poca cosa.
Ahora las complicaciones son distintas. Años de historia. Lugares, gente. El cambio pesa. Increíble pero ahora soy yo quien mueve a su familia por una buena oportunidad.
Como todo en nuestras vidas desde que nos conocemos y estamos juntos Jesús y yo, el asunto se ha dado de volada. Hace un mes no sabía que cambiaría de ciudad. Hoy estoy organizando una mudanza.
Hay que mover una casa entera, dos adultos, dos niñas, una perra y un pez beta. Al menos que alguien quiera el pez, o la perra. Incluso a alguna de las niñas... a Chuy ni cómo dejarlo porque es justo él a quien necesitan en Puebla. Pero si alguien hace una propuesta estoy abierta a la posibilidad: ¡Oferten!
Si no escribí nada en el Blog antes no fue por bloqueo mental o no tener qué decir. No, no, todo lo contrario. Pero mis pensamientos distaban mucho de ser positivos. Y, honestamente, ¿quién quiere leer textos mal vibrosos?
Ok, sí. Sí queremos. Disfrutamos con el sufrimiento ajeno. Pero yo me puse como regla no deprimir, enojar, ni agredir a nadie por aquí. Aunque a veces los deseos rebasen a la razón. En esos casos es mejor mantener cualquier medio con acceso a internet alejado.
El asunto de dejar la mitad (exacta) de la vida detrás no es una cosa sencilla. Buscar casa ¡uff! Viajar con niñas para buscar casa ¡bueeeno! Quedarse a dormir un par de noches en Hotel con las princesas es todo un reto.
¡Ah, la convivencia familiar durante viajes! Pienso ahora en el sexo masculino. ¡Dios! Ya se ve que Marte y Venus no tienen nada en común, salvo que son planetas. ¡Qué cosa!
Mientras una se preocupa por cualquier cantidad de detalles insignificantes durante la experiencia de viaje, ya saben, comida de niñas, pañales, horas de sueño, juego, etcétera, ellos se apuran por el eterno "¿qué vamos a comer?". Y, créanme, un gerber o un biberón no les resuelve el asunto. Y mucho menos cuando la bolsa de "tostitos" distrae tripas sale rancia.
¡Ahh, qué gozo! Esa mirada del hombre salivando de antojo por sus frituras esas a las que le trae ganas desde que sabe que saldrá a carretera seguida, de inmediato, por una cara de enfado y decepción al descubrir que están viejas y aguadas (mmm eso me suena familiar). Mientras yo, deliciosamente, abro mo bolsita de Chip's verdes... ¡oh, sí!
Dejar atrás las aventuras y llegar a intentar dormir en el hotel es casi como un sueño guajiro. En realidad mis niñas no se tardan tanto en conseguir pegar la pestaña, pero el transcurso puede ser pesado. No es su cama, no es su cuarto. No hay pared que las separe de sus papás. Consecuencia: La televisión se apaga a las 9 y ni modín adultos, a jugar entonces con el celular... los que tienen, claro, porque iusacell se ha encargado de privarme de su servicio.
¿Más anécdotas hoteleras? Sí, cómo no. Mujeres: ¡Jamás accedan a bañarse después de su rey encantado! Yo me lo he prometido un par de veces y lo olvido. Tal vez estoy a tiempo de salvarlas a ustedes, amables lectoras. Ahora que si eres hombre y lees ésto, ¡pon atención!
¿Qué rayos hacen en la regadera? ¿De dónde sacan la capacidad de mojarlo todo? ¿Por qué hay charco de agua hasta en la esquina del fondo del baño donde ni la que hace la limpieza alcanza con el trapeador? El tapete grita ¡exprímeme! Como si se hubieran tallado la espalda con él mientras se bañaban.
No lo digo por mi esposo, ¡nooo!, recuerden que también tengo hermanos, y viví con ellos por unos 30 años. Creo que eso me da cierta autoridad en el tema.
Yo por lo pronto, cuando oiga las palabras de terror: "deja me baño", contestaré con un contundente y alargado: "nooo, yo primero". El mugrero que gusten dejar después, con confianza... ya no es mi asunto. En Hotel, en casa es otro boleto. Mua ja ja jaaa... Es asunto de Rosario, ¡ja!
¡Ah, nada como visitar Puebla con prisa en un día lluvioso con niñas! (léase con sarcasmo) ... Y ahí va uno de vuelta en unos cuantos días, a una casa empacada, sin room service y donde la cama no está tendida cuando vuelves de la calle... Me llevaré chocolatitos de menta para poner en la almohada y hacer la finta. Si , así a Chuy le tocarán las mentadas, digo, las mentas...
Dos viajes a Puebla después, tenemos casa. Ahora la mudanza y ¡vámonos! Listos para la tierra del mole, los volcanes y el camote... ¡¿pues qué le hacemos?!
A partir de éste momento comienza la crónica del adiós a San Luis Potosí...
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